lunes, 13 de febrero de 2012

Cuando fumas.

Bueno este no necesita explicación, pero lo quise subir porque pienso en ella.

Las primeras gotas de lluvia caen frente a su cigarro y ella está allí, sin alterarse por la lluvia, lentamente disfruta su tabaco, detrás de sus gafas se esconden unos ojos que ven hasta lo más profundo de las cosas, su rostro lo oculta bajo una capa, por demás innecesaria, de maquillaje, ella simplemente sigue caminando bajo la lluvia con un cigarro en la mano.
      Meditando acerca de la falsedad del amor, de la probabilidad de la deidad, de que la muerte no es alimento, de la superación del hombre, del ansia de novedad, de la música con sentido y del trabajo que detesta sigue su camino hacia una vista nocturna maravillosa y la necesidad de encender una vela.
      Sabe que la vida no está comprada, así que, día a día, la entretiene para que no se le escape; el humo sobre su cabeza se disipa, aún llueve y el sol está brillando, ella deja de pensar en todo un momento y mira hacia el cielo y hacia el futuro y sonríe con pesimismo.
      Ahora asuntos más triviales ocupan su cabeza y piensa en la cena y la música, -la que oye y la que, sin saber, ella misma hace- y se siente contenta, piensa en la familia y en la ducha nocturna, da una última fumada y las cenizas caen por sí solas, el cigarrillo se ha terminado, ella lo mira, lo guarda y sigue su camino pensando en sólo ella sabe que cosas.

Un día cualquiera, en cualquier ciudad.

Eran las 12 del día y aún no despertaba, el calor ya comenzaba a subir y no lo dejaba descansar a gusto, no le molestaba el olor a podredumbre de aquel lugar, ni el que él mismo despedía, sólo le importaba ese maldito calor.
      Bajo el sol abrasador y un aire lleno de veneno y humores desagradables, él sabía que nadie sabía su nombre, o sus señas, o su historia, aún más, a nadie le interesaba, no tenía ninguna conexión con este mundo, decidió levantarse y comenzar a caminar
      -La vida da vuelcos terribles-pensó.
      Después de un rato de andar se sentó en una banca a mitad de una plaza, veía las caras de asco y desprecio, todas esa miradas hacia él, de vez en cuando una moneda caía de una mano anónima en otra aún más anónima, la suya.
      De pronto sintió otra vez venir a la nostalgia que sólo bajo la lluvia sentía, tuvo deseos de llorar por el pasado, su amada, el fin de la vida normal, la esperanza derrumbada, la ausencia de tantas cosas pesaba, aún después de 8 años, salió de allí buscando un refugio.
      Mientras caminaba, fumaba, lentamente. La mente se le había aclarado ya, veía a los ricos pasar junto a él, justo a su lado con sus trajes de marca y sus joyas, con sus teléfonos, que les robaban gran parte de su quincena y de los cuelas eran esclavos, con arreglos y maquillaje totalmente innecesario, innatural, con el que pretendían ocultar la vacuidad que sentían, los detestaba tanto como ellos a él, y sin embargo no les envidiaba nada, sólo que sabía que el dinero no te hace ni más ni menos, es sólo eso, dinero, pensaba en esto y sentía pena por ellos, porque, no alcanzaban a verlo así.
      Había llegado a la gran ciudad desde muy lejos con la esperanza de encontrar un trabajo y lo único que, al final, encontró fue la mendicidad.
      Sabe que ahora, cada día, tiene que buscar algo de comer en este basurero o en el de una cuadra más adelante, sabe que tiene que colocarse bajo la sombra de cualquier cosa para poder defecar, que vive a expensas de alguien más, tiene que buscar cada día donde dormir y con suerte no mojarse con la lluvia, que el día de mañana no será mejor que el de hoy ni que el siguiente, piensa que tampoco puede ser peor y se anima con ello, pero eso no resuelve nada en absoluto.
      Así se resigna a sobrevivir, día con día, hasta que el oprobio, las miradas, el olor, el mal sueño, el hambre, la sed, la miseria, la mendicidad, el aire envenenado y la ciudad escandalosa llena de sujetos indiferentes, terminen para él.

Lucía

Acá un cuento que vi mientras escuchaba una pieza de música en el MUAC, bastante personal:


El águila veía pasar por debajo de sí un río gris con infinidad de peces de color negro y escaso tamaño, la corriente se hacía cada momento más rápida y borrosa, el águila alzó el vuelo un poco más y al lado del río vio una carretera sombría y solitaria, el sol se estaba poniendo y el aire olía a sal y especias.

*     *     *

      Era el único auto en la carretera y él estaba allí, solo, sólo conduciendo sin nada en que pensar, a ambos lados de la carretera, doradas montañas se alzaban y nada, nada más frente a él, ni postes, ni cercas, ni nada, sólo él, la carretera y el sol de las 5 de la tarde, de repente el sol lo deslumbró en el punto en que la carretera dejaba atrás las montañas y develaba un mar brillante con olor a sal y especias que llenó su nariz, volteó a ver el mar, que estaba calmado, y de la nada un vierto fuerte surgió y sacudió toda la playa

*     *     *

      Los pescadores arrojaban con una expresión de contento en sus rostros, sus redes al agua que el sol teñía de tonos dorado-rosados, con destellos aquí y allá.
      En la orilla mujeres con trajes oscuros que solo dejaban descubierta su cabeza detrás de un velo, atendían puestos improvisados en donde vendían cantidad de artilugios y objetos de superstición, pero lo que más había en esos puestos eran colguijes que tintineaban con el viento.
      El sol casi se pone, del mar se eleva un olor a especias y arena.

*     *     *

      Justo en mitad del cielo se alcanza a vislumbrar una pequeña sombra de la que comienza a salir una serpiente de plumas de sombra, sombra en la boca, en los dientes, en la lengua, en los ojos, sombra, sólo sombra entre sus costillas y cubriéndolas, sombra cada pluma de su plumaje.
      Desciende lentamente a la tierra, pero no es vista por nadie, baja tranquilamente, sus ojos se posan en algo en la tierra y entonces acelera su descenso de manera estrepitosa y genera un viento fuerte que sacude las tiendas de las mujeres y sus colguijes, agita el mar y agita los corazones de los hombres que se miran desconcertados, pero un momento después la calma ha vuelto.

*     *     *

      En el fondo de un callejón, cerca de las 3 de la madrugada, despierta y se da cuenta de que la basura a su alrededor comienza a vibrar en el suelo, produciendo sonidos cada vez más audibles, cada vez más cercanos; alza la vista y, entre las cales empedradas, ve a una niña – delgada, 8 o 9 años, piel clara, cabello castaño y corto, con un vestido blanco de tirantes anchos y descalza – corriendo desesperadamente.
      Se pone de pie de inmediato y empieza a recorrer, corriendo,  el tramo de callejón que lo separa de la calle donde la niña corría, en su agitación ni siquiera ha notado que todas las cosas que lo rodean, ahora, vibran aún más fuerte; justo antes de salir del callejón pasa frente a él, imponente y estruendosa, la enorme serpiente, cargando con sombras más oscuras que la misma noche, la visión de la serpiente lo aterra, pero sus pies corren detrás de la niña y la serpiente.

*     *     *

      Ahora ella corre descalza a través de los huertos en las partes traseras de las casas de aquella ciudad, que no advierte todo el sonido de la calle, corre desesperada, aún sabiendo su destino se rehúsa a aceptarlo, esta agotada pero sigue corriendo, entra en una calleja y entonces frente a sus ojos se alza un muro alto, muy alto, y logra ver que la luna está redonda y grande como nunca la había visto, ni la volvería a ver, no hay ninguna estrella en el cielo, ella sabía que no la habría, sonríe y se de media vuelta.

*     *     *

      La serpiente llega a la calleja donde la niña se había detenido y justo frente a ella comienza a erguirse sin quitar sus ojos de encime de ella, la niña alza los ojos, 20 metros sobre su cabeza la serpiente aún esta levantándose se detiene y un momento de silencio congela la noche, un momento después la serpiente se abalanza sobre la niña, en un parpadeo la niña es destrozada y devorada por la serpiente de sombras, ella no gritó ni intento huir, la serpiente termina de devorarla y se alza sigilosa hacia el cielo, la noche sigue allí.

La ciudad de noche.

Era una noche como cualquiera y en un rincón del campo aledaño a la ciudad, un ser alado había estado observando.
      De un momento a otro echó a volar a través de un cielo nocturno con unas cuantas nubes, miró la luna, volteó hacia abajo y vio la ciudad con su infinidad de luces, de silencios y de olores, volvió a ver la luna y se precipitó hacia la ciudad.
      Aterrizó en un barrio de clase baja, al tocar la tierra sus alas se plegaron a su espalda y el hombre apareció, ahora, vestido con un traje elegante y un sombrero de copa.
      Camina y oye gritos, disparos a lo lejos, muertes que tocan sus oídos, descubre que la noche no es de los pacíficos, arrumba su sombrero, lo estropea y lo arroja hacia un bote colmado de basura, presuroso un vagabundo toma el sombrero y lo utiliza de almohada,
      -Ya mañana lo reparo...-piensa, y vuelve a cubrir su cuerpo con los harapos de lo que alguna vez fue una cobija.
      Él observa todo esto sin necesidad de voltear con la cabeza, una lágrima corre por su mejilla y la limpia con su dedo, la lágrima se evapora.
      Sigue caminando y descubre luces de neón más brillantes que el sol, colocadas en las fachadas de locales con puertas sombrías y tétricas; en un aparador, detrás de un vidrio grueso, una prostituta se despoja de su ropa lentamente, él hurga sus bolsillos y encuentra trozos de metal de forma circular con rostros de personas, para él desconocidas, grabados en alguna de sus dos caras; uno a uno los va depositando en una ranura metálica que está junto al vidrio de la pared.
      La prostituta al ver esto comienza a intentar seducirlo, sus movimientos son ahora más lentos y provocativos y sus ojos, llenos de nubes grises, no se despegan de su rostro y de la figura tan peculiar que, ella piensa, tiene por el traje.
      Él por su parte quiere que se detenga, que recobre el sentido, que salga de esa jaula de cristal, piensa que las monedas que depositó, pagarán su condena pero sucede lo contrario, son como un lastre y únicamente sirven para alimentar la avaricia de de un hombre sin escrúpulos detrás de un escritorio y un puro, detrás de mentiras más densas que el humo de su puro.
      Se retira asqueado de allí, y desvanece la esperanza de la prostituta de tener algo más de dinero a cambio de sexo barato y sin sentido; sigue caminando y entra a una cafetería, son las 3:27 de la madrugada.
      Al fondo ve a un hombre cabizbajo y al otro extremo del local una muchacha pensativa con vendas en ambas muñecas; de repente uno de los cuadros que ocupan la pared cercana a la mesa de la muchacha cae, el estrépito del cristal, le trae una serie de imágenes: una navaja, sangre, lágrimas, los paramédicos, un hospital y la cafetería donde ahora se encuentra...
      Sale de allí, asfixiándose, y a pocos pasos un olor a alcohol se filtra a través de su nariz, curioso y nauseabundo, el olor lo guía a un local con más neones y no sólo eso, a la entrada, en ambos lados, unos hombres de saco y gafas oscuras, resguardan la entrada al local, en sus caras no hay sonrisa, sólo una expresión de tensión y desconfianza.
      Un ambiente “festivo” sale por la puerta, proveniente de la parte baja del local, él entra y descubre un nuevo “espectáculo”, una mujer, mucho más bella que la anterior, se desnuda al ritmo de una música estridente y sin sentido, asida a un tubo metálico que parece ser la columna de ese local; a su alrededor miradas lujuriosas de seres que, en el fondo de sus vidas, sólo buscan una razón por la cual vivir y reír y sin embargo no encuentran más que el fondo de un vaso.

      Decepcionado del ser y de la sociedad, harto de esa podredumbre que hasta ahora ha visto, sube las escaleras que lo condujeron a la jauría, camina por una calle tranquila y se detiene frente a un puesto de periódicos en una esquina, junto a este una mujer se guarnece del frío, lo mejor que puede, con trozos de papel y cartón, está dormida, pero su cuerpo tiembla con espasmos leves pero continuos, él se quita su traje y cobija lo mejor que puede a la mujer, que deja de temblar, la mira y sigue avanzando.
      Sigue caminando y a dos calles de allí ve una silueta de mujer acercándose a él -26 años, alta, pelo castaño, piel tersa y reluciente, figura definida, vestida con un conjunto formal negro, zapatos de tacón abiertos y unas gafas breves-; lleva un pequeño bolso bajo el brazo, situaciones ajenas a ella la han llevado a ese lugar y a ese momento, ella sólo piensa en conseguir un taxi, pero la noche ya está muy avanzada, de repente de la oscuridad surge un trozo de metal reluciente sostenido por un hombre de baja estatura y vientre prominente, le cierra el camino a la muchacha y forcejea con ella por el bolso, ella se resiste a perder lo poco que con su trabajo se ha ganado de repente el hombre se detiene y mira a la muchacha, sin pensarlo, más aún sin saberlo, su mirada se vuelve como la de uno de los de la jauría y se abalanza sobre ella dispuesto a violarla, ella opone una inútil resistencia después un grito, dos puñetazo certeros, agitación y lágrimas, euforia, impotencia, furor, terror, éxtasis, humillación...
      15 minutos después el bolso y el criminal han desaparecido, semidesnuda y recargada en una pared la muchacha solloza larga y amargamente, la realidad, su realidad la ha sido arrebatada y no supera aún la conmoción, él la ve desde unos metros y comienza a caminara hasta estar frente a ella, ella ni siquiera lo nota, se acerca y besa su frente y la roza con su dedo, induciéndola a un sueño del que no necesitará despertar, el alboroto atrajo luces y ruido de sirenas, asqueado y harto, él despliega sus alas y echa a volar, en la punta de un edificio de donde salen toda clase de conversaciones, se detiene y dos hilos de agua corren por sus mejillas, la lluvia comienza y el vagabundo se refugia, la mujer resiste y el cadáver, rodeado de completos extraños, permanece indiferente; sólo uno de los hombres de gafas exclama:
      - ¡Chingada madre!- mientras se refugia bajo la marquesina.
     
      Las luces brillan ahora más que nunca, la lluvia realza los tonos fosforescentes de los neones, él sabe que es hora de irse, no quiere quedarse a atestiguar más de la barbarie del despilfarro y la decadencia, no quiere ver más de una sociedad cada día más enferma y convulsa, no puede permanecer en medio de tanta vileza, hecha a volar y su figura se vuelve sombra y se funde con el horizonte nocturno.
      Los primeros rayos de sol se asoman en el horizonte y la sombra de un monstruo de metal y concreto que despierta y se despereza, se levanta imponente, imperfecta, torpe y taciturna, para dejar que la ciudad sigua el curso del día, su día y su noche.