Era una noche como cualquiera y en un rincón del campo aledaño a la ciudad, un ser alado había estado observando.
De un momento a otro echó a volar a través de un cielo nocturno con unas cuantas nubes, miró la luna, volteó hacia abajo y vio la ciudad con su infinidad de luces, de silencios y de olores, volvió a ver la luna y se precipitó hacia la ciudad.
Aterrizó en un barrio de clase baja, al tocar la tierra sus alas se plegaron a su espalda y el hombre apareció, ahora, vestido con un traje elegante y un sombrero de copa.
Camina y oye gritos, disparos a lo lejos, muertes que tocan sus oídos, descubre que la noche no es de los pacíficos, arrumba su sombrero, lo estropea y lo arroja hacia un bote colmado de basura, presuroso un vagabundo toma el sombrero y lo utiliza de almohada,
-Ya mañana lo reparo...-piensa, y vuelve a cubrir su cuerpo con los harapos de lo que alguna vez fue una cobija.
Él observa todo esto sin necesidad de voltear con la cabeza, una lágrima corre por su mejilla y la limpia con su dedo, la lágrima se evapora.
Sigue caminando y descubre luces de neón más brillantes que el sol, colocadas en las fachadas de locales con puertas sombrías y tétricas; en un aparador, detrás de un vidrio grueso, una prostituta se despoja de su ropa lentamente, él hurga sus bolsillos y encuentra trozos de metal de forma circular con rostros de personas, para él desconocidas, grabados en alguna de sus dos caras; uno a uno los va depositando en una ranura metálica que está junto al vidrio de la pared.
La prostituta al ver esto comienza a intentar seducirlo, sus movimientos son ahora más lentos y provocativos y sus ojos, llenos de nubes grises, no se despegan de su rostro y de la figura tan peculiar que, ella piensa, tiene por el traje.
Él por su parte quiere que se detenga, que recobre el sentido, que salga de esa jaula de cristal, piensa que las monedas que depositó, pagarán su condena pero sucede lo contrario, son como un lastre y únicamente sirven para alimentar la avaricia de de un hombre sin escrúpulos detrás de un escritorio y un puro, detrás de mentiras más densas que el humo de su puro.
Se retira asqueado de allí, y desvanece la esperanza de la prostituta de tener algo más de dinero a cambio de sexo barato y sin sentido; sigue caminando y entra a una cafetería, son las 3:27 de la madrugada.
Al fondo ve a un hombre cabizbajo y al otro extremo del local una muchacha pensativa con vendas en ambas muñecas; de repente uno de los cuadros que ocupan la pared cercana a la mesa de la muchacha cae, el estrépito del cristal, le trae una serie de imágenes: una navaja, sangre, lágrimas, los paramédicos, un hospital y la cafetería donde ahora se encuentra...
Sale de allí, asfixiándose, y a pocos pasos un olor a alcohol se filtra a través de su nariz, curioso y nauseabundo, el olor lo guía a un local con más neones y no sólo eso, a la entrada, en ambos lados, unos hombres de saco y gafas oscuras, resguardan la entrada al local, en sus caras no hay sonrisa, sólo una expresión de tensión y desconfianza.
Un ambiente “festivo” sale por la puerta, proveniente de la parte baja del local, él entra y descubre un nuevo “espectáculo”, una mujer, mucho más bella que la anterior, se desnuda al ritmo de una música estridente y sin sentido, asida a un tubo metálico que parece ser la columna de ese local; a su alrededor miradas lujuriosas de seres que, en el fondo de sus vidas, sólo buscan una razón por la cual vivir y reír y sin embargo no encuentran más que el fondo de un vaso.
Decepcionado del ser y de la sociedad, harto de esa podredumbre que hasta ahora ha visto, sube las escaleras que lo condujeron a la jauría, camina por una calle tranquila y se detiene frente a un puesto de periódicos en una esquina, junto a este una mujer se guarnece del frío, lo mejor que puede, con trozos de papel y cartón, está dormida, pero su cuerpo tiembla con espasmos leves pero continuos, él se quita su traje y cobija lo mejor que puede a la mujer, que deja de temblar, la mira y sigue avanzando.
Sigue caminando y a dos calles de allí ve una silueta de mujer acercándose a él -26 años, alta, pelo castaño, piel tersa y reluciente, figura definida, vestida con un conjunto formal negro, zapatos de tacón abiertos y unas gafas breves-; lleva un pequeño bolso bajo el brazo, situaciones ajenas a ella la han llevado a ese lugar y a ese momento, ella sólo piensa en conseguir un taxi, pero la noche ya está muy avanzada, de repente de la oscuridad surge un trozo de metal reluciente sostenido por un hombre de baja estatura y vientre prominente, le cierra el camino a la muchacha y forcejea con ella por el bolso, ella se resiste a perder lo poco que con su trabajo se ha ganado de repente el hombre se detiene y mira a la muchacha, sin pensarlo, más aún sin saberlo, su mirada se vuelve como la de uno de los de la jauría y se abalanza sobre ella dispuesto a violarla, ella opone una inútil resistencia después un grito, dos puñetazo certeros, agitación y lágrimas, euforia, impotencia, furor, terror, éxtasis, humillación...
15 minutos después el bolso y el criminal han desaparecido, semidesnuda y recargada en una pared la muchacha solloza larga y amargamente, la realidad, su realidad la ha sido arrebatada y no supera aún la conmoción, él la ve desde unos metros y comienza a caminara hasta estar frente a ella, ella ni siquiera lo nota, se acerca y besa su frente y la roza con su dedo, induciéndola a un sueño del que no necesitará despertar, el alboroto atrajo luces y ruido de sirenas, asqueado y harto, él despliega sus alas y echa a volar, en la punta de un edificio de donde salen toda clase de conversaciones, se detiene y dos hilos de agua corren por sus mejillas, la lluvia comienza y el vagabundo se refugia, la mujer resiste y el cadáver, rodeado de completos extraños, permanece indiferente; sólo uno de los hombres de gafas exclama:
- ¡Chingada madre!- mientras se refugia bajo la marquesina.
Las luces brillan ahora más que nunca, la lluvia realza los tonos fosforescentes de los neones, él sabe que es hora de irse, no quiere quedarse a atestiguar más de la barbarie del despilfarro y la decadencia, no quiere ver más de una sociedad cada día más enferma y convulsa, no puede permanecer en medio de tanta vileza, hecha a volar y su figura se vuelve sombra y se funde con el horizonte nocturno.
Los primeros rayos de sol se asoman en el horizonte y la sombra de un monstruo de metal y concreto que despierta y se despereza, se levanta imponente, imperfecta, torpe y taciturna, para dejar que la ciudad sigua el curso del día, su día y su noche.