Y es así como
de repente, en mitad de la nada, llega el estro y allí si, ni a donde correr y
mejor estate quieto; y ves a la señora de enfrente y notas que sus años le
vienen bastante bien y ese niño que pasó corriendo, no sabes, pero crees que
sonrió y entonces tomas pluma y papel y a escribir que esto se acaba ¿y el
encendedor, dónde está?, ahh y todo tranquilo con la pluma en la mano.
Entonces escribes hasta la
saciedad o la incompleción o ve tú a saber hasta donde, pero escribes y
escribes y escribes hasta que ya no puedes; y así es cada vez que el numen te da el zarpazo y
reaccionas fascinado ante él o ella o yo no sé que cosa que es, y entonces
comienza todo el asunto que se va poniendo de lo lindo mientras más palabras
vas poniendo sobre el papel y la tinta corre y ¿otro cigarrillo? ¡Pero claro! Y
las palabras vienen y devienen en el flujo que ya no lo deja a uno salir y
entonces todo muy lindo.
Pero llega el momento y ya sabes
que después de ese punto, o al final de esa oración, o justo después de el beso
de la noche o que importa donde, es lo mismo, sólo sabes bien que en algún
momento, cuando, ya casi estoy vació, o ¿Qué palabra rima con cautela?, o al
final de ese cigarro se asoma el monstruo que devora al numen y que te deja
perplejo y con ganas de seguir escribiendo, versando, cantando, componiendo, es
todo lo mismo: quién sabe, a lo mejor ese sea un punto final o…
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