lunes, 12 de noviembre de 2012

Estro...


Y es así como de repente, en mitad de la nada, llega el estro y allí si, ni a donde correr y mejor estate quieto; y ves a la señora de enfrente y notas que sus años le vienen bastante bien y ese niño que pasó corriendo, no sabes, pero crees que sonrió y entonces tomas pluma y papel y a escribir que esto se acaba ¿y el encendedor, dónde está?, ahh y todo tranquilo con la pluma en la mano.

                Entonces escribes hasta la saciedad o la incompleción o ve tú a saber hasta donde, pero escribes y escribes y escribes hasta que ya no puedes; y así es cada vez que el numen te da el zarpazo y reaccionas fascinado ante él o ella o yo no sé que cosa que es, y entonces comienza todo el asunto que se va poniendo de lo lindo mientras más palabras vas poniendo sobre el papel y la tinta corre y ¿otro cigarrillo? ¡Pero claro! Y las palabras vienen y devienen en el flujo que ya no lo deja a uno salir y entonces todo muy lindo.

                Pero llega el momento y ya sabes que después de ese punto, o al final de esa oración, o justo después de el beso de la noche o que importa donde, es lo mismo, sólo sabes bien que en algún momento, cuando, ya casi estoy vació, o ¿Qué palabra rima con cautela?, o al final de ese cigarro se asoma el monstruo que devora al numen y que te deja perplejo y con ganas de seguir escribiendo, versando, cantando, componiendo, es todo lo mismo: quién sabe, a lo mejor ese sea un punto final o…

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